No teníamos nada en común, pero tu manera de sonreír y el negro de tus ojos, me hacían perder la cabeza y olvidar las contradicciones que acabarían por amargarme la existencia.Eras una veinteañera delgadita, pero totalmente proporcionada en todos aquellos lugares en los que, desde tiempo inmemorial, en los cerebros de los hombres existia la necesidad de cierta proporción. Ya sabes, ni el punto extremo de delgadez a lo años 20, ni la jodida protoobesidad posindustrial que asolaba a las adolescentes de 2007. Los medios de comunicación nunca lo entenderían. Para ellos la belleza sólo era una acumulación de silicona y estupidez, adoctrinamiento y moralina, a partes iguales.Nos habíamos conocido de un modo poco común para aquel tiempo de incipientes conexiones asimétricas. Cuando los anuncios por palabras de los diarios no eran el tablón de anuncios de un puticlub de carretera. Cuando algunos nostálgicos aún se tomaban la molestia de escribir cartas manuscritas, con su sello, su buzón y su eterno período de espera. Nos habíamos conocido justo al empezar el verano, quizá por eso esta noche me ha dado por recordar. Quizá por eso esta noche se me ha puesto la polla un poco dura recordando los inicios de aquel largo y cálido verano.Tu coche era de color mostaza y el mío era, y sigue siendo, gris oscuro, entre otras cosas porque llevo 2 años con la misma máquina inmortal. Entre otras cosas porque me la pelan los coches, porque conduzco poco y porque prefiero gastarme la pasta en equipos informáticos que me permitan componer esa pieza musical que este puto iMac se ve incapaz de soportar cuando pasas de las 30 pistas en tiempo real. Nos recuerdo cabalgando la M-40, mostaza y gris, rozando los 180, serenos de camino a tu casa o a la mía, punto de encuentro temporal desde el que, por fin, dar paso a la embriaguez de los licores y los cuerpos y la carne a la brasa de las fiestas populares... por no hablar de aquel garito creo que asturiano, o gallego, donde nos poníamos hasta el culo de albariño, lacón y grelos. Asturianos y gallegos follando alegres en la orgía gastronómica, preludio de jugos infinitamente más interesantes que los gástricos, sin duda.La primera noche que entramos en contacto quedamos en la carretera de acceso a la urbanización donde yo vivía accidentalmente. Recuerdo que la sensación fue extraña. Ibas a recoger en tu coche a un anónimo caminante en medio de la tibia noche de principios de junio. Lo primero que hicimos fue sonreírnos y sentir que, joder, al menos el otro no había mentido. Al menos el otro era deseable y dentro del rango de edad aceptable, vamos, nada de 20 años para arriba... ni para abajo.Tú dijiste, ¿adónde vamos? Y yo te respondí que al centro, a una jodida taberna de esas llenas de madera, whiskies irlandeses, y cervezas densas y aterciopeladas. Te pareció de puta madre, y como no conocías la parte del extrarradio donde habíamos coincidido gracias al móvil, los callejeros y la casualidad, tuve que guiarte a través de la siempre sensual y siniestra Casa de Campo.Aquella primera noche decidimos no follar, pese a que reconocimos en voz alta estar deseándolo como locos. Aquella primera noche había sido de una intensidad y un acercamiento tal, que estábamos seguros de poder mantener la magia hasta... el día siguiente.Recuerdo ahora tu especial forma de contraer el músculo pubocoxígeo, cuando mis dedos entraban en secreta armonía con el resto de tu sistema sexual. Polla y coño, palabras y alma. Recuerdo tu facilidad al lubricarte con tan sólo la proximidad de mi cuerpo. Tu baja estatura hacía que me sintiera un tanto superdotado, un tanto excesivo y voluptuoso, borracho de ti.También es cierto que en el sexo siempre tuvimos puntos de vista discrepantes, quizá relacionados con mi concepción global del asunto... Quizá relacionados con tus insistentes negativas a adoptar determinadas posturas, determinadas vías... y, joder, que no sabías chupar una polla en condiciones, mi amor. Eso era un hecho. No tenías ni puta idea. Me hacías recordar, y eso siempre es triste, a esa novia gallega que era una jodida maestra en el tema, quizá porque compartió conmigo la enseñanza bidireccional... y yo aprendí a comer coños y ella me demostró que, con diálogo y comunicación, el sexo puede sobredimensionar cualquier relación hasta extremos absolutamente extenuantes, para bien o para mal.Pero, a lo que iba, tú y yo conseguimos ese grado de enganche más o menos llevadero, como siempre que dos cuerpos nuevos juegan a conocerse. Como siempre que aún queda espacio para la sorpresa y el mutuo aturdimiento.Empezó entonces una curiosa relación marcada por el arco norte-sur de la M-40. Tú vivías en un extremo y yo en el otro. Una vez me dediqué a contar los kilómetros que nos separaban, viviendo prácticamente en la misma ciudad, y me sorprendió descubrir que eran unos 50. Pero claro, yo era un chico acostumbrado a distancias mucho más humanas, mucho menos monstruosas.Y así, nuestros coches mostaza y gris oscuro quemaron ruedas, gasolina, asfalto y noche hasta decidir compartir las vacaciones de ese agosto que se mostraba próximo en todos los jodidos calendarios.Un día de fiesta me contaste que currabas en el departamento de informática de una importante empresa, famosa por joder a muerte a todos aquellos a los que subcontrataba, aunque eso a ti te diera exactamente igual. Sí, ese fue uno de nuestros primeros desencuentros en el terreno mundano. En aquella época yo ya conocía la plenitud y los sinsabores del trabajo basura. En cierto modo, puedo considerarme un pionero sonriente. Mi eslogan sería algo así como "Comiendo mierda desde el 2000". Gracias a ti descubrí que la leyenda urbana sobre ciertas listas negras a la hora de catalogar a los futuros curritos era más que cierta. Gracias a ti descubrí que un tío que hubiera reclamado un error en su nómina, o que hubiera pretendido cobrar una hora extra de esas que no son extras sino dedicación a la empresa, quedaba automáticamente excluido para el siguiente proceso de selección. Gracias a ti vi con mis propios ojos esa base de datos y, joder, yo todavía no estaba en ella porque aún no me había dado tiempo de joder la marrana lo suficiente a ciertos empresarios hijos de puta, a ciertos cargos medios, comemierdas de la vida y el sentido. Me consuela saber que, años después, te habrás acordado de mí al ver mi nombre escrito en alguna de esas listas negras. Cuando te conocí juraste borrarme, pero supongo que lo turbulento del final te haría olvidar ciertos compromisos...Aquel desencuentro sobre usos laborales sólo fue el principio de una larga serie. Resultó que toda tu familia había pertenecido al bando que ejecutó a casi toda mi familia, no hacía tanto tiempo. Resultó que no habías aprendido nada y seguías con ganas de machacar a todo aquel que no pensase como nosotros. Resultó que tu forma de ser apolítica consistía en apoyar tácitamente al partido ese del buitre acechante. Entonces el sexo, que nunca llegó a ser plenamente obsceno, empezó a resentirse, porque si no hay sintonía, amiga, las mismas posiciones físicas acaban por revelar que el espectro de posibilidad psíquica también está anquilosado.Recuerdo con total claridad el detonante de la crisis que nos separó. Fue una lavadora. Algo tan doméstico y cotidiano como una lavadora. No hay que buscar grandes explicaciones a los pequeños dramas, o viceversa. No hay que asfixiarse en palabrería para contar las cuatro verdades que nos hacen ser la mierda cantante y danzante (jaja, tú sí que sabes de qué me río, amig@) que en realidad somos. Fue una estúpida lavadora. Una lavadora que había que trasladar de un punto a otro de la realidad newtoniana. Una lavadora y, también es cierto, todo lo que habíamos vivido en esos 3 meses de sexo, comida, bebida, música (tú la tuya y yo la mía), literatura (sólo la mía. Presumías de no tener un solo libro en tu piso) y viajes (en tu coche, que era 200 cc. más potente que el mío). La lavadora y los plafones que había que cambiar y que fueron cambiados a costa de mi espalda, mis brazos y mi mala hostia. En fin, un cúmulo de desastres domésticos fueron el detonante que hizo volar todo por los aires.Casi de inmediato llegaron las palabras, unas más fuertes que otras, y los reproches, unos más demenciales que otros, y las pequeñas revanchas, todas igual de gilipollescas. Casi de inmediato me vi recorriendo el arco norte-sur de la M-40 por última vez. Aún te recuerdo jurando cambiar la cerradura para que las llaves que me habías dado no volvieran a encajar jamás en tu coño lleno de prejuicios, mi amor.Boom!No teníamos nada en común, pero tu manera de sonreír y el negro de tus ojos, FUCK, me hicieron olvidar las contradicciones que acabaron por amargarnos la existencia.KaBoom!Y, en fin, aquí estoy en una noche de mediados de invierno, dias después, escuchando una de las músicas que sirvieron de banda sonora para aquellos días, sabes a cual me refiero!. Aquí estoy, comprobando una vez más que por encima de vídeo y foto siempre estará Sonido, dispuesto a trasladar todo el complejo sistema de palabras y recuerdos hasta el punto preciso en el que quise quererte tanto, que acabé creyendo lo que no era cierto.
Texto original, Diario Impresentable
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